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    El precio del reloj: Cuando un reloj digital te costaba más de cinco Rolex

    por César Velásquez marzo 17, 2019

    Observar por dentro un reloj mecánico fácilmente nos incita a maravillarnos de las capacidades humanas. No sólo en un sentido técnico, pues claramente es increíble lo que este homínido terrícola puede llegar a construir, sino que también con nuestra relación con esta cosa rara y abstracta, que sólo estamos capacitados para experimentar puntualmente en una sola de sus dimensiones: El tiempo.

    Estos aparatos con intrincados sistema de engranajes, entre raros resortes y péndulos en miniatura, los cuales están dispuestos de manera que la liberación de la energía desde el muelle (el resortito) sea controlada y en forma de intervalos constantes e idénticos, para mover un par de palitos, simplemente producen fascinación.

    Por un lado, la concepción, la evolución y el perfeccionamiento de esta tecnología en sí ya da muchísimo para pensar −los primeros relojes mecánicos más cercanos a los que conocemos, a pesar de que usaban los mismos principios que los de hoy, requerían cuartos completos con grandes rocas como pesos que generaban la energía por gravedad, y en un período relativamente corto, han sido reducidos al tamaño de una moneda−, y si a esto le sumamos el ingenio de los relojeros que diseñan ese sistema dentro del reloj y su destreza que aprenden en su oficio para coordinar y montar todas esas pequeñitas piezas.  

    Por otra parte, los diferentes tipos de relojes mecánicos de los que tenemos registro, que culminaron en el reloj de pulsera con el que estamos familiarizados, nos evidencia la importancia para la especie de desarrollar una tecnología que, de cierta forma, trate de domar cada vez con mayor eficacia algo más grande que la naturaleza misma. Estar consciente del tiempo en todo momento resulta algo vital. De esta relación ser humano-tiempo da para largo, pero el punto de este artículo es otro.

    Teniendo en cuenta lo dicho, el valor de un reloj mecánico es fácilmente justificable cuando es ensamblado a mano, con antiguas técnicas y una buena calidad de piezas y materiales, y además pensamos en el peso de ese objeto en la cultura universal. Claro que hay lujos −relojes con joyas y metales preciosos, donde la razón del precio elevado es demasiado evidente− y relojes que vienen de la democratización de las tecnologías y la sobreproducción con materiales y mano de obra barata –los hay por luca en Meiggs, y hasta por menos. Pero hay una tendencia sobre precios de relojes que está en nuestro inconsciente: un reloj mecánico es más caro que uno digital.

    El asunto es empírico, si buscamos en el mercado los relojes digitales y mecánicos más lujosos, la diferencia es abismal, a pesar de que hoy los relojes digitales pueden ser prácticamente computadores compactos que poco menos pasean al perro. Hablamos de decenas de miles de dólares de diferencia. Los más exclusivos pueden costar incluso varios cientos de miles de dólares.

    Más allá de las explicaciones de valores agregados y cómo se inflaron los precios ridículamente de algunas marcas de relojes analógicos en el mercado (acá click para un interesante artículo  –con un buen debate en los comentarios− en inglés sobre el caso de Rolex), dos cosas son remarcables. Primero, un buen producto hecho a mano es mejor valorizado que un buen producto del mismo tipo hecho de forma industrial y, lo segundo, parece ser que los relojes digitales quedaron en el imaginario como los funcionales y los mecánicos como un gustito. Las empresas saben esto e insisten en crear la imagen de reloj mecánico = lujo/clase/estatus/etc.

     

    Sin embargo, no siempre fue tan así. Hubo un tiempo en que todo era mecánico, simplemente no existían los relojes digitales. Pero un día, mientras los hippies tomaban lsd en los años 60’s, los investigadores japoneses pusieron sus ojos en la relojería y, haciendo uso de sus poderes de científicos asiáticos, la tecnología desarrollada por Warren P. Mason en los años 20, y la inversión de Seiko, crearon lo que cambió el mundo de la relojería: Seiko Quartz-Astron 35SQ (el de la foto arriba). El reloj fue lanzado el año 69, siendo el primer reloj digital de pulsera en usar las oscilaciones de un cristal de cuarzo para su funcionamiento. Y la novedad se paga caro.

    La última chupá del mate, al salir al mercado, costaba nada más y nada menos que 1250 dólares. Al año siguiente la empresa estadounidense Hamilton Watch Company lanza la primera marca de relojes digitales con pantalla LED: Pulsar, que salió al mercado el 1971 a 1500 dólares.  ¿No parece tanto? Un Rolex Submariner en la misma época costaba alrededor de 200 dólares. En otros términos, para dejarlo más claro, comprarse un reloj de cuarzo costaba básicamente lo mismo que comprarse un auto, tal como hoy en día comprarse un Rolex Submariner es tan caro como muchos cacharritos bastante decentes.

    Pronto otras empresas, como Casio, ocuparon esta tecnología para fabricar relojes. Esta tecnología permitía incorporar fácilmente características que antes eran verdaderos lujos para un reloj de pulsera, como alarmas y cronómetros, por lo que se volvía mucho más atractivos en términos prácticos, por lo que rápidamente fueron un boom, se comenzaron a producir en masa, con materiales cada vez más económico, su precio se redujo. Aquello puso en jaque a la industria de relojes mecánicos durante varios años, los que adoptaron la tecnología y produjeron más tarde sistemas mixtos para el funcionamiento de las maquinitas del tiempo.

    El reloj, instrumento tan importante para el humano, al volverse digital desencadenó la desacralización de sí mismo de una vez y para siempre, hasta el extremo punto de ver puesto sus aparatajes intrincados dentro de una carcasa de plástico colorido, con dibujos impresos de los Power Ranger, de Hello Kitty o de alguna otra caricatura de moda, para que se usara como un juguete más que lucían en sus muñecas muchos niños de los noventa en el mundo. Chile no era la excepción. ahí los niños engrasaron con Gatolates o Chester sus relojes, cuya tecnología se pagaba a millones sólo un par de décadas atrás, los que tenían la única función de ser taquilleros y saber qué hora era para no perderse Sailor Moon o Dragon Ball.

     

     

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